miércoles, 7 de julio de 2010

Marlowe, detective privado

(En el primer trimestre en la materia Prácticas del Lenguaje con 3er año "B" leímos, estudiamos y comentamos Triste, solitario y final de Osvaldo Soriano en la unidad sobre género policial. A partir de dicha lectura y después de relevar y discutir sobre los elementos del policial negro en contraste con otros tipos de policial, intentamos desarrollar una consigna de escritura que consistió en escribir un caso del detective privado norteamericano Philip Marlowe en Buenos Aires. Abajo uno de los trabajos que realizaron los chicos y chicas de 3ro. Que lo disfruten y felicitaciones por la creatividad desplegada.)

Marlowe, detective privado
por Lucio Piccinali

Marlowe estaba en Argentina, en un hotel barato, maltratado, sucio. Él se encontraba solo, sin trabajo y sin dinero. Todas las mañanas iba a un bar a desayunar donde vendían sus productos a bajo costo. Un día normal como cualquier otro, al levantarse como lo hacía siempre muy temprano, alrededor de las ocho de la mañana, cuando desayunaba solo, se acerca un hombre raro, con el ánimo por el suelo como él, y le pregunta:
—¿Usted es detective?
—Si. —responde Marlowe.
—¿Cómo lo sabe?
—Yo soy un gran amigo de Osvaldo Soriano. Lo conoce, ¿verdad?
—Sí, sí.
—Él me habló mucho y bien de usted.
—Y... ¿qué se le ofrece?
—Estaba buscando a un detective privado para que me averigüe todo sobre mi hija, ya que ella está muy decepcionada de mí.
—Bueno, pero primero, dígame su nombre y después, arreglaremos lo demás.
—Román Vinagre.
—Mucho gusto. Philip Marlowe.

—Bueno, lo veo mañana en este mismo lugar y a esta hora. Hasta luego.
Marlowe se levanta, después de haber desayunado y se va para el hotel apestoso.
Después de un día sin mucho que hacer, a la noche, Marlowe comienza a pensar sobre la propuesta del tal Román. Luego de mucho pensar, Marlowe se da cuenta de que es un trabajo sin mucha dificultad y fácil de realizar, pero primero quería verificar cuanto sería la ganancia.
A la mañana siguiente a las ocho aproximadamente Marlowe regresa al bar. Se encuentra con el hombre nuevamente y comienzan a hablar:
—Hola, Román, ya estamos en confianza para llamarlo de ese modo ¿no es así?
—Claro, Marlowe. ¿Cómo te va?
—Bien, por suerte. Bueno, ¿qué le parece si nos centramos en el tema que nos compete?
—Claro.
—Bueno, coménteme primero bien lo que debería hacer.
—Lo que yo necesito es que usted me averigüe como sea cosas sobre mi hija, lo que hace, lo que le gusta, qué deporte le gusta y, bueno, usted ya sabe…
—Pero… usted ya debería saber eso ¿o no?
—Sí, pero nunca me fijé en las cosas que hacía mi hija, ya sé que está mal, pero no me daba cuenta, y ahora que mi hija no me habla ni me respeta, me siento mal por haber desperdiciado toda su infancia y quiero recuperarla.
—Esta bien, Román, pero desearía, sin ofender, hablar de mis honorarios.
—Yo estoy dispuesto a pagarle $700. ¿Qué le parece?
—¡¿¡Setecientos pesos!?! ¿Usted está loco? No hago este trabajo por menos de $1400.
—$800 es mi última oferta.
—No.
—Está bien, no haga nada.
—Señor, piense bien si su hija vale o no $1400.
Marlowe se retiró, serio y enojado, después de la conversación con Román Vinagre. Se fue hacia el hotel, pensando si lo que había hecho estaba bien, en desperdiciar esa suma de dinero. Pero no aceptó porque eso no le alcanzaba ya que parte de ese dinero se le iba en el alquiler del hotel nauseabundo (aunque no era muy caro) y también otra parte la gastaría en los cigarrillos, porque fumaba bastante.
Ese mismo día Marlowe fue a recorrer Buenos Aires, ya que se sentía solo y no tenía nada que hacer. Hacía mucho frío y las calles eran bastante inseguras. Después de recorrer parte de Buenos Aires a pie, se volvió a su hotel. Eran alrededor de las 9 p.m., hora de la cena; entonces, el detective se hizo una hamburguesa que tenía en el frizzer, como para no pasar hambre.
A la mañana del otro día, Marlowe se dirigió nuevamente al bar para desayunar y leer el diario. Mientras leía el diario tranquilo se le acerca una persona, y le dice “Hola.”. Marlowe levanta la cabeza y se da cuenta de que era Román.
—¿Qué necesita?—pregunta Marlowe.
—Estuve reflexionando sobre la charla de ayer, y después de pensarlo decidí aceptar su oferta, porque mi hija no tiene precio.
—Me alegro, Román. Ahora me tendría que pasar datos sobre su hija o sino déme una foto y el nombre.
—Sí, acá tengo una. Tome. Se llama Martina Vinagre.
—Se lo agradezco. Mañana vuelva aquí a esta hora y le daré todo lo que conseguí.
—Está bien. Hasta mañana, entonces.
—Hasta mañana.
Marlowe, cansado y sin ganas de hacer su trabajo, se puso a averiguar sobre Martina. Después de seguirla y pasar mucho tiempo averiguando sobre ella, el detective se cansó y decidió dejar de buscar y entregarle lo que había encontrado al padre de la niña.
Unos horas después, Roman había vuelto para hablar con Marlowe y le preguntaba:
—¿Encontró lo que le pedí?
—Sí, aquí tiene.
—¿Esto es una broma?—agregó el hombre, muy enojado.
—No, ¿por qué?
—Con esto no hago nada. ¡haga bien su trabajo!
Marlowe se paró enfurecido.
—Hice lo mejor que pude, señor.
—Bueno ¡esfuércese más y hágalo bien!
—Mire, Román, no le arranco la cabeza porque hay mucha gente mirándonos y no quiero pasar un papelón más grande del que estamos pasando. Yo, mañana, le traeré más cosas sobre su hija si le gusta bien; si no, no me importa.
Marlowe se tuvo que esforzar más y encontrar más información sobre la pequeña si quería ganarse ese dinero. Tuvo suerte porque contactó con el novio de Martina y el niño le dijo muchas cosas sobre ella.
Al día siguiente en el bar, llegó Román un poco más calmado que la última vez:
—¿Y, Marlowe, consiguió algo?
—Por supuesto que sí, tome. Fíjese si le gusta.— dijo Marlowe, muy confiado.
—Bueno, detective, se lo agradezco pero no creo que me sirva de mucho.
—Es lo mejor que pude hacer.
—Bien, tome el dinero y cómprese algo lindo que se nota que le hace falta.
Román le entregó el dinero a Marlowe
El detective se retira con el dinero en mano. Va a un shopping y se compra algo de ropa presentable y, más tarde, almuerza en un local de allí. Marlowe estaba contento por lo que había hecho y por lo que había ganado. Pasó el día sin hacer nada, aburrido, solo.
A la mañana del otro día fue, como todas las mañanas, al bar y allí se encontró con Román que parecía, por su cara, muy contento. El hombre se le acerca a Marlowe, lo abraza y empieza a decir:
—Gracias, gracias, gracias
—¿Qué pasó?
—Mi hija me quiere, ¡me quiere! Muchas gracias, Marlowe, se lo agradezco de verdad, gracias a usted mi hija volvió a quererme. Le juro que lo recomendaré con todos mi amigos para cualquier inconveniente que tengan.
—Bueno, Román, se lo agradezco y me alegro que todo haya salido bien.
Marlowe se retira del lugar después de haber desayunado, muy contento por el trabajo que había hecho. Esa misma tarde el teléfono del hotel empezó a sonar, y esos llamados eran todos trabajos para el detective privado Philip Marlowe.

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